De esas cenizas, fénix nuevo espera;

Mas con tus labios quedn vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos, después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.


Francisco de Quevedo


lunes, 24 de diciembre de 2018

Los Cuentos de la Primera Era y Los Muros de la Academia estarán gratis en Amazon hoy y el 1ro de Enero de 2019.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Ẹja, el Poder de la Selva - Análisis de la Percepción de los Trolls - El Gran Vacío



ẹja, el poder de la selva
Análisis de la Percepción de los Trolls en el Continente de Úrim

Licenciado en Literatura, Lengua y Letras
Sergio de Medina y Marte
Tercera Sesión de la Academia, Toledo



Los Trolls son, sin duda, una de las razas más exitosas de Úrim. Su poderío no se limita sólo a lo físico, sino que también poseen tesoros intelectuales que no han sido debidamente explotados. El análisis a fondo de la postura de Úrim respecto a Thule permitirá identificar el racismo subyacente en las islas que forman el continente mayor, y cómo estas ideas arcaicas están frenando el conocimiento milenario de una raza que no se ha dejado dominar por nuestra cosmovisión.

Palabras clave: Trolls, Academia, Cuarta Era, Enyai-Narok, Racismo.


Introducción
La Academia Toledana se ha cerrado a la información que llega de las tierras de los enanos y del Imperio Orco. Los trolls avanzan y las viejas ciudades de Enyai-Narok y Alzagoth están mandando barcos a nuestro continente, confiados en que nuestras defensas no podrán detenerlos. Un trabajo como éste, un análisis sociológico de la raza guerrera de Thule, nos permitirá no sólo conocer al enemigo, sino también entender las justificaciones históricas, verdaderas o no, que los mueven, una vez más, al conflicto.

La sociedad troll ha recibido poca atención no sólo en las últimas décadas – algo que ya resulta, de por sí, preocupante – sino desde fines de la Tercera Era. Autores como Heródoto (89.II) o el orco Mal’kuth Golgoth (185.III) fueron los últimos en tratar a los habitantes de Thule, aunque en ambos casos, de manera poco objetiva. Los gnomos han tenido conflictos con ellos desde hace milenios, y los orcos, cegados por el poderío de la tribu Atai, los pintan siempre con una mezcla de alabanza y envidia. Sin embargo, ambos casos son la excepción: los trolls, al menos en la Academia, ni siquiera existen.

Hipótesis:
La historia troll se relegó en Úrim porque consideramos que el silencio es mejor defensa que el conocimiento y porque, en general, asumimos que los trolls son incapaces de pensamiento.

Preguntas de Investigación:
1.      ¿Por qué se han invisibilizado tanto los guerreros Atai-Ájok en los últimos ciclos?
2.      ¿A qué riesgos reales nos enfrentamos cuando nos enfrentamos a ellos?
3.      ¿Qué barreras hay en Enyai-Narok que no nos permiten acercarnos a los trolls?
4.      ¿Cuál es la actitud de los urímacos con respecto a Thule?

Para este trabajo se utilizaron los fragmentos de información que pude rescatar del libro La formación del Mundo (Anónimo, 25.IV), a Heródoto (89.II), Mal’kuth Golgoth (185.III) y el ensayo sociológico del Padre de la Academia, Snefru (1740.IV), titulado Fronteras del Mar y de la Guerra: La división perpetua entre Thule y Úrim. Se revisaron las cartas que mandó el capitán Lynch (1756.IV) a Enyai-Narok, cuando se restructuraron las rutas comerciales entre los continentes.

            La principal idea de Heródoto (89.II) es que los trolls y el resto de las razas de Úrim son incompatibles; una idea que se ha venido repitiendo, incesantemente, desde hace más de tres mil ciclos. Autores como Snefru (1740.IV) no sólo refuerzan la idea con sus tratados, sino que hacen cada vez más grande la brecha. Éste, en particular, nos dice que:

Los trolls no debieron llegar a Úrim. Durante mil ciclos han invadido la Costa de Marfil con la intención de restaurar lo que alguna vez fue la ciudad de Briyumba. No sólo eso; también el último bastión de los ja ha redoblado sus esfuerzos por conectar con los pantanos del Este. Y yo les digo, no debemos permitirlo. A pesar de los esfuerzos de Lynch en los últimos ciclos, la Academia se mantendrá firme en su guerra en el mar. Los Legatus orcos han hecho un excelente trabajo en la frontera occidental del Gran Mar Océano —algo que, de cierta manera paga el error del infame Yog-Murosh—, y con apoyo de las fuerzas madrileñas y de Toledo, no debemos preocuparnos por una nueva invasión troll en muchas décadas. (p.51).

La postura de Snefru, por cierto, no es extraordinaria. En muchos de los textos producidos por la Tercera Corte de la Academia, la actitud general hacia el pueblo del Este es la misma. Gnomos, humanos, elfos, orcos, todos parecen repetir la misma idea una y otra vez. Los únicos que parecen tenerles algo de respeto dadas las circunstancias extraordinarias de la Segunda Era son los Enanos, y aún ellos no pueden evitar las palabras de desdén de vez en cuando. Y, como nos recuerda Mal’kuth Golgoth (185.III, p.40), hay razones históricas. La devastación de la Segunda Era, aunada a la fabricación de armas de guerra como los Escorpiones y los Oleópodos, así como la militarización constante durante la Tercera y principios de la Cuarta Era y las constantes batallas en el Mare Nostrum de Hiva, son resultado directo de una belicosidad desenfrenada. Algunos autores como Hernando de Córdoba (1627.IV, p.41-50) aseguran que la regeneración anormal de los trolls puede estar afectando su capacidad cognitiva: con un cuerpo que se cura de toda herida que se le haga y que, además, está privado de la luz solar natura, es lógico pensar que los cerebros de los trolls se quedan estancados en un estado primitivo muy similar al infantil. Este estado, sigue de Córdoba, explicaría por qué los trolls son incapaces de emociones complejas, como el amor, y por qué en Úrim no se conoce una sola pieza de literatura o ciencia proveniente de Enyai-Narok.

A pesar de tener tanta información en contra, — quiero aclarar que casi el 90% de la bibliografía anexada en este trabajo lo dice— hay un par de autores que no sólo dicen que estamos equivocados desde la concepción misma que tenemos de los trolls, sino que, además, es probable que sean culturalmente superiores a todos nosotros, incluyendo a los elfos (Odinsson, 15.III, p.140). Lo que busco con este trabajo es demostrar que Odinsson tenía algo de razón, y para ello intentaré unir los fragmentos de información que quedan desperdigados en las bibliotecas de Úrim. El único que ha hablado a favor de los trolls, gracias a una convivencia muy cercana con ellos, es el ya muy repudiado al-Sarrás (1816.IV, p.220), que asegura en el controversial libro Las Guerras Troll que nosotros somos los incapaces de entenderlos a ellos, y no al revés.

Úrim descubrió, no sin mucho dolor, que los trolls no son una raza débil. Desde la invasión en la Segunda Era hasta los más recientes conflictos en el Gran Mar Océano, pasando por la devastación de Ashbury en Hiva y las múltiples veces que los gnomos han solicitado refuerzos en Thule, está claro que la guerra está en las venas de estos seres. Los primeros registros decían de ellos que “[…] eran grandes, fuertes, y se transformaban en piedra con el sol. Venían corriendo y aullando, y ni nuestras máquinas de guerra ni nuestros soldados parecían capaces de ahuyentarlos (Al-Hayek, 71.II, p.37)”. A pesar de los esfuerzos conjuntos de nuestros antepasados, los eventos de las Dos Eras pasadas jugaron, de cierta manera, siempre a favor de las tribus Atai y Ájok, y la destrucción de Meberé, la ciudad-santuario de Thule sólo vino a empeorar las cosas. Perder un cúmulo social tan importante es difícil; la masacre de un centro religioso, político y cultural, es imperdonable. Y lo cierto es que la destrucción de la ciudad santa no sólo pasó desapercibida en la mayoría de Úrim; se sabe que, con la llegada de los Señores Dragones durante la Tercera Era, este acontecimiento, que debió haber cimbrado las raíces de la ciudad arbórea de Iunu-Ra no fue, siquiera, un tema político. La principal prueba de esto es que ni Ramsés IV (250.IV), que decía estar más o menos del lado de los trolls (p.16), ni el gran aliado de Enyai-Narok, el capitán granadino Nadir ibn-Betel (314.IV) reportaron el evento. Una omisión así de grande, desde mi punto de vista, responde a un problema mucho mayor, enraizado en la mente de los urímacos desde la destrucción de Kizad en la Segunda Era: los trolls, a pesar de su poderío y su figura erguida, sus dos piernas, pulgares y brazos, no se pueden, ni se deben, considerar humanoides[1] completos.

            Este prejuicio va más allá, sin embargo, de si se escribió un renglón o no sobre la masacre de Meberé — cosa que, por cierto, ya habla bastante. Lo que me llama la atención, como miembro honorario de la Academia, es que han sido la única raza a la que se le ha enfrentado con los dragones con completa alevosía. Nadie, ni siquiera en la Tercera Era, cuando los Coatliquetzales de los tenochcas se rebelaron, ni cuando se descubrieron las horribles consecuencias de extraer la esencia de los Elementales en la Gran Forja de Runas; ni siquiera cuando los orcos y los granadinos se unieron para crear tormentas de fuego y rayo para detener los constructos enanos, nunca, jamás, a nadie se le enfrentó de manera tan terrible con los dragones. Y a finales de la Tercera Era Temprana, cuando los cristales Lys de los enanos se levantaban en el cielo gracia a la tecnología prohibida de los gnomos, decidimos que los trolls eran ideales para probar qué tan lejos podían llegar Alioth y Mijmara, dos de los dragones más poderosos de la primera categoría.[2] La respuesta: muy lejos. Los trolls tardaron no un par de ciclos, ni cinco, ni treinta: sólo las poderosas murallas de Enyai-Narok, el esfuerzo combinado de las tribus enemigas y el constante sacrificio de arak’hai de Alzagoth logró detenerlos —y aquí es donde estriba mi mayor conflicto— tres generaciones después. Tres generaciones. Cien ciclos. Odinsson (15.III, p.44) nos había advertido ya desde principios de la Tercera Era que los Emperadores del Segundo Imperio estaban buscando cómo romper lazos con los arak, pero de eso a considerar que lanzar un ataque de dragones sobre ellos era la única vía clara para silenciarlos, hay varios niveles de diferencia. Y quiero resaltarlo, a pesar de que la Academia y Mekanikéia lo vean con malos ojos: Los ataques de la Tercera Era estaban pensados como guerras de exterminio.

¿Y qué dijeron los trolls?

Nada. Ellos sabían que habían destruido partes de Úrim casi mil ciclos antes, y cuando les llegó a ellos la hora de pagar, lo hicieron con la frente en alto. De Córdoba (1627.IV), contemporáneo de Luis de Góngora, dice que “Se lo tenían merecido (p.102).” Snefru (1501.IV) lo dice sin miramientos: “Los trolls son, desde la Segunda Era, un lastre. Estoy convencido de que sería mejor exterminar a los trolls de Thule para poder reclamar sus tierras y recursos para la gloria de la Academia (p.3).” Está claro que su postura se ha hecho un poco más blanda con los ciclos, pero no deja de creer que Thule es tierra desperdiciada. Un caso más, recuperado por Melville (1851.IV): el hundimiento de los balleneros Essex y Pequod. Melville asegura que los balleneros poseían una tripulación de esclavos troll[3](p.14), y al-Sarrás (1817.IV) añade más datos: los balleneros salieron manejados por imbéciles que prefirieron utilizar tripulaciones dispensables por si algo salía mal (p.88). Estamos todos en el acuerdo de que ésa era la práctica más común hace sesenta ciclos, y más cuando Moby Dick rondaba las aguas del Gran Mar Océano, pero el punto es el mismo: que lo hayamos hecho no lo justifica.

¿A qué quiero llegar con esto? Tengo dos objetivos claros: El primero, es muy evidente, es hacer un llamado de atención para los urímacos: estamos tratándolos como creemos que ellos nos trataron – de cierta manera, mi hipótesis de que buscamos defendernos a través del silencio es errónea, pero encontré algo más interesante: callamos lo que no nos conviene que sepan los demás pueblos de Úrim. Los datos sólidos que nos ha aportado Thule desde el principio de nuestra relación como vecinos de lado a lado del Gran Mar Océano son claros: Los trolls tratan a Úrim como otros trolls porque nos respetan. Nos tienen en tan alta estima que, durante la guerra, pelean con un fervor que sólo se les conoce en contra de sus enemigos más poderosos. La invocación de Mijmara les movió algo: por primera vez en toda la historia de Úrim, se sintieron débiles, y no les gustó. Por desgracia para Úrim, la llegada de los Señores Dragones a Thule causó algo peor: las tribus rivales se unieron y ya no existen los Ogun Olori Ájok y Atai, sino el conglomerado Atai-Ájok, una pared que es, a todas luces, indestructible. Y reitero: nosotros tenemos la culpa de las mega-barcazas de guerra que azotan el Gran Mar Océano. El segundo objetivo de este trabajo fue hacer un llamado de atención: estamos perdiendo nuestras almas por intentar combatir a nuestros enemigos. La necromancia de la Primera Era se repudió por el dolor que le trajo al mundo, pero con la llegada de los trolls, permitimos las monstruosidades de hueso que aún recorren las dunas de arena del Sharran; con tal de exterminar a los trolls, les lanzamos dragones, bestias que son capaces de arrastrar placas tectónicas si quisieran. Ojo, Úrim: te estás transformando en el monstruo que querías detener.

·         Heródoto, La Llegada del Enemigo, La Academia, Iunu-Ra, Ciclo 89, Segunda Era, p. 32.
·         Mal’kuth Golgoth, “Armas Orgánicas” en La Guerra en Úrim Durante la Tercera Era, La Academia, Mares Anthal, Ciclo 185, Tercera Era, pp. 38-102.
·         Melville, Herman, Notas Sobre los Balleneros, La Academia, Nantucket, Ciclo 1851, Cuarta Era.
·         Al-Sarrás, Baltasar, Las Guerras Troll, Editorial y País desconocidos, Ciclo 1817, Cuarta Era, p.220.
·         Odinsson, Sindre IV, Conociendo al Adversario, La Academia, Skølsgarde, Ciclo 15, Tercera Era.
·         Snefru, Fronteras del Mar y de la Guerra: La división perpetua entre Thule y Úrim, La Academia, Iunu-Ra, Ciclo 1750, Cuarta Era.
·         Anónimo, La formación del Mundo, Editorial y País desconocidos, Ciclo 25, Cuarta Era.
Lynch, Davey, Abraham Lynch, Cartas de mi Abuelo, el Traidor, La Academia, Granada, Ciclo 1756, Cuarta Era.


[1] El término “humanoide” se utilizó por primera vez en el tratado Definiendo Úrim: Qué une tan diversas otredades (Frankl, 1675.IV).
[2] Se Nahr, el Destructor, se salió de control e invocó a los Guardianes oscuros Yog-Sothot y Nut, y después de eso, la magia se suprimió absolutamente de Úrim. Me interesa resaltar que Nahr atacó Iunu-Ra, Skølsgarde, Granada, y que sus efectos se sintieron en toda la parte occidental del mundo; léase, se sintieron en nuestras tierras. Todo cuanto les pasa a los trolls, o todo cuanto les ha pasado hasta ahora, nos es irrelevante.
[3] Recordemos, sólo con el afán de ser lo más objetivo posible, que los pocos amigos que llegó a tener la raza de gigantes en Úrim los traicionaron cuando descubrieron la receta del veneno Fẹnuko ti Iku, que inhibe la regeneración de los trolls y que, además, los hace entrar en un estado de sopor que no puede deshacerse mas que con el antídoto. Una vez más, en Úrim no es posible conseguir dicho antídoto porque en Úrim nos interesa tener soldados y mano de obra barata, no humanoides, porque no podemos controlarlos. La falta de control genera miedo, y así, hasta que llegó el beso de la muerte, vivimos con miedo durante casi tres milenios.

Actualizaciones generales

En los últimos meses han pasado muchas cosas.
  1. Este blog tiene como un año sin actualizarse, y no por falta de interés, sino de tiempo.
  2. Mi número de libros pasó de 2 a 6, aunque no todos están publicados.
  3. Me publicaron un cuento en la revista digital Quinta Raza - un cuento que es una muestra de lo que está por venir en El Gran Vacío.
  4. Fui a la FIL 2017 (Les dije, ocupado) y aunque hablé con varias editoriales, no me han publicado.
  5. El libro de pociones "El Gólem" incluye, justo ahora, 20 cuentos terminados y es probable que pase a 60.
  6. Nació Luna, mi hija.
  7. Novarii es la primera novela de ciencia ficción de un nuevo universo, Wanderers - sin embargo, Wanderers siempre será una parte de El Gran Vacío.
  8. Altas y bajas en general, pero celebro en diciembre dos años de trabajo en el Bachillerato en Artes y Humanidades - si puedo juntar textos de mis alumnos, me gustaría publicarles un libro, aunque sea digital.


lunes, 19 de febrero de 2018

Fragmento de muestra - Los Muros de la Academia, capítulo 2


"Los Muros de la Academia", novela de corte fantástico y Steampunk, está disponible en Amazon. Dejo aquí dos fragmentos, uno del primero y otro del segundo capítulo, para que se den una idea de qué trata y cómo se desarrolla el mundo.


2. La Caída del Arcturus


Ceres 24, Ciclo 1887
Cerca de los mares del sur de Eisgrind

La detonación meció el Steelkilt. El dirigible de al lado no tardó en incendiarse, y aunque no lo hubiera hecho, la velocidad a la que se movía no le hubiera bastado para salir del alcance de la nave pirata. Los observadores de a bordo decían que el humo que desprendía desde hacía unas horas venía directamente de los motores de su presa y que quizá era eso lo que los había alentado tanto. Sea como fuere, los primeros cañonazos fueron certeros y sólo quedaba rematarlos. Ordenó que dispararan otra andanada de proyectiles. Alguno de ellos debió impactar las calderas; al menos, eso sugería la explosión que provino de dentro de su objetivo. Los gritos de victoria llenaron la nave y con justa razón. Además, las mejoras que el ingeniero enano Thorkild implementó en los sistema de combustión de a bordo ahorraban mucho en carbón, y agua tenían de sobra. Vestri solía quedarse mirando las imponentes máquinas de vapor por horas, y decía que el ritmo de los pistones lo arrullaba. Con todo, tenía ya casi un mes que no aterrizaban y los recursos de a bordo empezaban a escasear. Aunque fue un espectáculo bien merecido para su gente, la verdad es que las explosiones no tenían tan entusiasmado a Samir i-Sabbah.

El Arcturus, se decía, era un transporte de provisiones que se dirigía hacia Bael-Ungor, y saber que mucha de su carga se había incendiado los dejaba con pocas ganancias. Además, antes de salir de Iunu-Ra, Thorkild y Vestri escucharon a algunos gnomos hablando sobre el verdadero contenido del dirigible que acababan de derribar. Decían que no sólo no transportaban comida y telas para los enanos, sino que había algunos laboratorios perdidos en las montañas que podían llegar a pagar hasta cuarenta mil monedas de oro por las partes y sustancias correctas. Ahora que los humanos habían empezado a producir sus propias máquinas en Toledo y en Tenochtitlán, la competencia por el aceite de semilla de Kemet y la grasa de las ballenas se había vuelto férrea. A Samir y los suyos les pagaban bien por conseguirlas más barato y a sus compradores les interesaban más bien poco los métodos a los que recurrieran. Si el cargamento, fuera cual fuese, se había dañado, todo el tiempo que pasaron persiguiendo al transporte aéreo había sido en vano.
            — ¡Tayé, gira a la derecha!
            — ¿Perseguimos el fuego del irin eye ni, Samir? ¿Vamos al iná nla a desollar a los muertos?— El troll sonrió. Era un guerrero fuerte, traído desde las playas de la mismísima ciudad de Alzagoth, más allá de las costas de Utgard. Había servido a bordo del Steelkilt desde hacía ya mucho tiempo y era un buen piloto de dirigibles. Fue esclavo durante casi veinte ciclos en una de las minas de los orcos, hasta que Samir logró comprar su libertad. Tuvieron algunos roces, y hasta que no lo derrotó en combate abierto, no parecía querer cooperar con el ahk. Después de eso se volvieron como hermanos. Además, no habría habido nadie más a bordo que pudiera dominar el timón de la nave sin ayuda. Habían acondicionado la estancia del timonero para que pudiera navegar de día y de noche. Los trolls se petrificaban con el sol desde que se tenía memoria. En Thule buscaban una cura para esta aflicción, pero no habían encontrado sino formas de evitarlo. Hasta las sombras más pequeñas parecían protegerlos, y Samir tenía en muy alta estima la vida de su amigo.
            — Sí, vamos a desplumarlos. Te encargo el Steelkilt. Todos en sus puestos. Tayé, mantén la nave lista. Nos iremos tan rápido como podamos.
            —Aquí te esperamos, arakunrin. — El troll comandó el dirigible hacia donde se le había indicado. El cielo se oscureció en apenas unos minutos y las llamas los condujeron a los restos del Arcturus. El fuego lamía la carcasa y arrastraba el olor de cientos de cadáveres quemados. Grandes partes del esqueleto caían al suelo enredadas en las lenguas ardientes. Aterrizaron algunos minutos después. Aunque la planicie estaba iluminada por las llamas del dirigible, Samir le ordenó a Thorkild que los guiara con los reflectores de a bordo. Todos llevaban sus armas cargadas, aunque Samir prefería llevar una espada ropera además de su revólver.
            — Sin supervivientes.
           
El enano avanzó delante del. Llevaba un revólver Peacemaker del que nunca se separaba y Jocelyn Joesmith, una medio elfa nacida en Hiva, iba detrás de Samir: ellos tres formaban el grupo de exploración. Las aspas que impulsaban el dirigible se fueron parando poco a poco, hasta que la noche se quedó a solas con el sonido de las llamas y del metal torcido. Los reflectores del aerostato guiaron los pasos a través del terreno. La luz pasaba sobre Samir y su grupo una y otra vez, obligándolos a caminar entre intermitencias de oscuridad. Poco a poco, la luz dejó de ser blanca para volverse ámbar; después empezaron a encontrar los cuerpos de los tripulantes deformados por los estallidos. Vestri se había adelantado ya bastante cuando escucharon un disparo.
            — Un gnomo, Samir. Se estaba arrastrando hacia una radio.
            — Dudo que haya sido el único. ¿Te dijo algo?
            — No. Pero tuvo tiempo de considerar sus respuestas. Y tenía un cuello bonito, como que pedía que le disparara. Ya sabes cómo son estos imbéciles.
            — Samir. — La voz de Joss resonó entre las vigas de acero, rebotando hasta llegar a ellos. Venía de unos cincuenta metros a la derecha de ellos. — Aquí estaba el timonel. Estamos en la cabina de mando.
            — Habrá que ir hacia el otro lado entonces.
            — Me habría gustado ver a estos malnacidos quemándose. — Los ojos de Vestri refulgían siempre que hablaba de guerras y venganzas. El capitán conocía poco de su pasado. Lo había reclutado tras la derrota del capitán Lynch cincuenta ciclos atrás y ya era así. En los puertos de Kizad, Dhabi y Mares Anthal lo buscaban por homicidio a sangre fría, y debía fuertes cantidades de dinero en Gal’Naar, Skølsgarde y Madrid. — Me dan asco los gnomos.
            — Pues disfrútalo. — El enano sonrió. Era raro que el capitán le dejara hacer y deshacer a su gusto. Puso la bala que faltaba en la cámara de su revólver y fue disparándole a los cuerpos que iban encontrando a su paso. Samir se limitó a caminar y a recoger los objetos de valor que hallaba a su paso.

Una de las razones por las que había conservado a Vestri en su tripulación era que se atrevía a hacer cosas que él no habría hecho jamás. Jocelyn era de otra madera. Era poco conflictiva y más de una vez había tenido conflicto con los métodos de Vestri. Fue criada en la Academia, en Finisterra, aunque pocos ciclos después de volverse uno de los Hermanos Mayores, Baltasar al-Sarrás, había publicado un texto que revolvió las entrañas del mundo. Regresó a bordo convertida en una mujer hermosa y su tío Tayé no podrí haber sido más feliz a su regreso. Había dicho que algún día se vengaría del toledano, pero si lo que decía en su prólogo era cierto, bien se le podía dar por muerto. Tenía muchas herramientas en el arte de la persuasión y su intelecto no podía subestimarse. Además, los pocos documentos que conservó de la Academia abrían puertas donde antes no había más que polvo. Vestri se les unió poco después.

Avanzaron algunos metros más. Samir y Jocelyn iban revisando los escombros y recogiendo objetos que pudieran servirles en el dirigible. Samir iba maldiciendo las explosiones cuando se volteó a mirar a Joss y vio por qué había quedado en silencio. Un colosal anillo de fuego, que debió haber sido la parte central del Arcturus, se levantaba ante ellos. Samir dedujo que sólo pudo enterrarse así de caer en picada. Los jirones de lo que fue el globo seguían consumiéndose. Los gnomos de Thule habían desarrollado durante ciclos telas resistentes al fuego, aunque en la práctica sólo los aerostatos del calibre del Arcturus la llevaban. El recubrimiento era muy caro y Atenas tenía la patente. Una parte del círculo cedió y se derrumbó, iluminando todo a su alrededor. Ante ellos había una enorme estructura negra. Y también una figura diminuta se acercaba cojeando hacia ellos. Vestri montó una mira en su revólver. Apuntó y esperó uno, tres, veinte segundos.
            — Otro hijo de puta. Más te hubiera… —No terminó la frase. El revólver estalló. Vieron caer al gnomo pero no escucharon una palabra más de Vestri. El arma temblaba en su mano. — Samir. Era mismo. Era mismo cabrón al que le volé los sesos ahí atrás.
            — Puede haber sido un efecto de las luces. Les juegan pasadas horribles a las mentes débiles.
            — Cree lo que quieras, niña.
            — Aunque así fuera, Vestri, —dijo Samir, intentando evitar el conflicto— nuestra prioridad es ver si quedó algo para vender. Ve a ver el cadáver. Cerciórate de que no es el mismo y alcánzanos.

Los Muros de la Academia - Capítulo 1

Bueno, comparto en el blog dos noticias.

La primera, hice un video (con sus errores y problemas) del cuento "Rito de Paso". Debo advertir que la calidad del audio (y mi lectura, también es cierto) es algo mala, pero irá mejorando con el tiempo.

La segunda es que terminé ya la novela "Los Muros de la Academia", de corte fantástico y Steampunk. Dejo aquí dos fragmentos, uno del primero y otro del segundo capítulo.



1. La Magia de los Arcanos


Saturno 30, Ciclo 1782
A las afueras de Toledo

            — Ven, Baltasar. — Aliya lo jaló del brazo. — Vamos a ver a la vieja Laila. Hace días que quiero que me lea las cartas. — Se movía con la gracia de un ciervo. La conoció hace casi diez ciclos, y la magia de sus ojos grandes aún lo tenía encantado. Le era difícil resistirse a sus caprichos y las ferias científicas de la Academia solían atraer a gente de muchas y muy diversas regiones. Varios de los beduinos de los alrededores se habían congregado alrededor de Toledo.  — Vamos, mi amor. Sé que no crees en eso — dijo, mientras volteaba a verle con sus ojos de venado — pero seguro encuentras algo qué hacer. Escúchala. Aunque no creas en sus métodos, algo deben saber del mundo y del desierto. No habrían sobrevivido a tanto si no.

            No pudo decir que no. Veía su cabello negro agarrado en una sola coleta resplandeciendo bajo el sol de la ciudad. Se había enamorado de su piel morena en cuanto la vio, y podría jurar por Kósmon que cada ciclo le parecía más hermosa. Se resignó a acompañar a Aliya con la tal Laila. De cualquier modo, los beduinos solían cargar cosas interesantes, y mientras ella visitaba a la vieja adivina, pensó, él podría buscar en las antigüedades. Los vagabundos eran famosos en todo Muspel porque, nadie lo decía abiertamente, eran capaces de conseguir cualquier cosa. Los Relicarios habían prohibido que se hablara sobre ellos, pero sus capacidades para robar e infiltrarse a donde fuera eran legendarias. Más de una vez, Aliya había pedido que le llevaran plantas exóticas desde Thule o de Utgard, y algunos enanos de Skølsgarde y Gal’Naar traficaban descaradamente con ellos. Mucho del acero de la industria ferrocarrilera de Toledo, Granada y Madrid provenía de las minas de los enanos importado por los beduinos. Además, eran los únicos que se aventuraban a mar abierto y tenían rutas seguras en todo el mar Altair. Eran capaces de negociar con los orcos de Mares Dágon y Mares Anthal y tenían tratos secretos con los elfos. Eran, según decían muchos, un mal necesario. Había quienes aseguraban que era por ellos que Toledo había abierto su comercio y había pasado de ser un pueblo periférico y olvidado por la capital, Madrid, y se había transformado en una metrópolis capaz de competir con cualquiera de las otras provincias del enorme desierto del Sharran. Aliya frecuentaba a los vagabundos y conocía a dos o tres proveedores de drogas e instrumentos para los médicos toledanos. Baltasar no se dio cuenta a qué hora se alejaron tanto del centro. Del bullicio general de la feria de ciencia pasaron al griterío del mercado El Camello de Oro, un nombre que, según decían algunos, provenía de una vieja hermandad de la Primera Era. En la Academia, casi todo lo de ese periodo se descartaba por considerarse una época fantástica, con poco o nulo valor histórico, aunque Baltasar creía que había algo más; en casi siete ciclos de buscar y rebuscar en los textos comunes de la Sala Común, empero, jamás había hallado una pista al respecto. Llegaron por fin a la carpa que usaba Laila. Aliya entró primero. Él tenía miedo de que alguno de sus compañeros de la Academia los reconociera. Que los vieran en esa zona no le preocupaba mucho, pues todos habían comerciado con los beduinos tarde o temprano, sino, más bien, temía que alguien extendiera el rumor de que el catedrático y Hermano de la Academia, Baltasar al-Sarrás, había entrado a que le leyeran la suerte. Aliya se volteó molesta, lo miró unos segundos y, por fin, entró.

            Lo primero que notó al llegar fue el incienso y el sonido de unas campanitas que colocó la adivina para anunciarle que alguien había entrado. Menuda adivina, pensó, que necesita que le digan que vino alguien. El sol dorado de Toledo, que pintaba el exterior de un leve tono amarillento, se disolvía dentro de la oscuridad. Una cortina morada daba paso a un cuarto chico, sin otra salida que por donde habían entrado. Tardó unos instantes en adaptarse al lugar. Laila tenía prendidas varias varitas de incienso con olor a naranja y azahar a los lados. Una esfera de cristal yacía sobre una mesa de madera, un poco más adelante de donde estaban ellos. Baltasar asumió que la tardanza de la mujer se debía a su edad. Se escucharon otras campanas, procedentes de una puerta que no había visto y que debían conducir a una recámara personal. Una mano blanca corrió la cortina. La luz de las velas que había detrás les impidió observarla claramente, pero se percataron de que no era el cuerpo de una anciana el que salió del cuarto, cerrando la cortina tras de sí. Era una mujer joven. Mucho más joven que ellos. Asumió que sería una de las hijas o nietas de la adivina, pero se presentó como Laila. Era blanca, delgada y pelirroja. Tenía un velo azul, muy delgado, sobre los ojos, y sus orejas estaban cubiertas de diminutas cadenas y un par de aretes un poco más grandes, que era donde se conectaban todos los eslabones.
            — Bienvenidos. ¿En qué puedo ayudarlos?
            — ¿No sabes?
            — Oh, ya veo. Un Académico. Aunque es raro. Tu mujer también lo es. Bueno, tal vez a ti tenga que verte después. Viniste por ella. Y a ti mi amor, ¿en qué puedo serte útil? ¿Por qué me miras así?
            —Es que, bueno, esperaba a una anciana. Todo el mundo te llama la vieja Laila. Y además eres bonita. Muchos de los beduinos de los que nos hemos topado no hablan muy bien de ti y pensé que serías una bruja fea. —Se calló de inmediato. Baltasar notó cómo se sonrojaba su esposa. — Me llamo Aliya.
            — Encantada, Aliya. La gente me teme e inventa historias sobre mí. Me llaman puta, lengua larga, mujer sin moral. Yo les digo que sí, y que deberían quererse un poquito más, venir conmigo más seguido. Que si lo hacen rico, a lo mejor ni les cobro. Muchos salen despavoridos. Pero basta. ¿Qué necesitas, pequeña? — Baltasar le dio un pequeño apretón en la mano a Aliya, insinuándole que la adivina lo había fastidiado. Lo molestaba su aire de saberlo todo. La mujer no debía haber tomado un libro en su vida y se sentía con el derecho de insultarlos a él y a la Academia. Aliya volteó, asintió y le susurró que se verían después. — ¿Qué le pasa a tu hombre? Bueno, ya volverá. Sé que hay algo... — Eso fue lo último que escuchó. No podía sacar de ahí a Aliya, y aunque sin duda era muy arrogante, Baltasar sabía que sería innecesario buscarse un pleito con la mujer.